Vivimos en una sociedad donde nos
hemos acostumbrado a que la publicidad y los medios de comunicación abusen de
las palabras; sacándolas de contexto, estirándolas y retorciéndolas,
prostituyéndolas hasta que pierden su sentido. Palabras que fueron creadas por
el ser humano y a las que se dotó de significado gracias al esfuerzo de
generaciones han acabado por convertirse en cáscaras vacías en manos de los
titiriteros del sistema. Así, conceptos tan como “libertad”, “solidaridad”, “hermandad”
o “democracia” han sido manoseados hasta el punto de entenderse hoy en día como
utopías inalcanzables o, en el peor de los casos, bromas de mal gusto. La
banca, el más grosero de los trileros de nuestros días, que en su día ya
acuñara términos monstruosos como aquella imposible “banca solidaria”, ahora
pretende utilizar la palabra “humanismo”. Un término que nació de la intención
de hombres y mujeres que decidieron reescribir la Historia, superando las leyes
impuestas por la naturaleza y alzando la mirada en búsqueda de su destino. Pese
a la nobleza de esta palabra, una entidad bancaria no ha dudado en utilizarla recientemente
en una campaña publicitaria, presumiendo de ofrecer una red de servicios
tecnológicos que ellos llaman “humanismo digital”.
Permítanme que discrepe.
“Humanismo” no es eso. Ni siquiera aquello que han dado en llamar “humanismo
digital”. Si quieren acuñar el término, creo que sería más aplicable a cómo
incontables personas buscaron la forma de comunicarse con otros apoyándose en
la tecnología cuando las circunstancias del mundo impedían el cara a cara. Lo
que ustedes ofrecen, en cambio, desdice de forma clara y tangible aquello de lo
que presumen. Fusiones bancarias que han provocado que cierren decenas de
oficinas, dificultando a los vecinos el acceso a un servicio que ustedes han
hecho que se convierta en imprescindible y, lo que es peor, dejando en la calle
a infinidad de familias, en un momento crítico a nivel social. Frente a eso,
sus nuevas oficinas lucen el sufijo de “businessbank” y están decoradas como el
salón de un nuevo rico, con sofás de diseño y colores pop. Los cajeros
automáticos quedan fuera de la oficina, claro. Y los servicios más básicos,
como que un vecino pueda ir a pagar un recibo, son eliminados. El mensaje es
claro, la oficina se reserva a recibir a los empresarios de postín, aquellos
mal llamados “emprendedores” (otra palabra enturbiada), mientras el pueblo
llano queda fuera, al cajero, es decir, a la calle.
Una banca especuladora y depredadora, que ha progresado gracias al engaño y al desahucio, que sobrevivió gracias al esfuerzo de la población, logrando ayudas de gobiernos cómplices y que, en momentos de dificultad, no ha hecho nada por aflojar la soga con la que presiona la garganta de buena parte de la población. Una banca, en suma, inhumana, que ahora llega al extremo de su descaro al utilizar la palabra “humanismo” para definirse. Como chiste resulta demasiado retorcido para ser creíble. Como realidad es un escupitajo a la evolución humana. Frente al descaro de estos buitres queda la dignidad de las mujeres y hombres que siguen en búsqueda y que, pese a estos burdos ejemplos de podredumbre, crecen, aprenden y siguen preguntándose cuál es el significado real del humanismo.