Aunque con dimensiones distintas, tanto la producción del fuego, como la producción de cerámica, sintetizan un salto en el proceso humano, de esos que no tienen vuelta atrás, transformadores. Miles de años de acumulación, de búsqueda, de intentos en una dirección y “algo” pasa.
El barro entra al horno de una manera y sale transformado, se produce un salto de cualidad: el sonido, el peso, el color es distinto… Más consistente pero más liviano.
El manejo del fuego significó algo todavía mayor. Es un antes y un después, alegoriza la rebelión a sus propios miedos, tendencias, instintos y también la acción diferida, hace algo que sabe que está bien, amplía su horizonte temporal. En vez de replegarse en el instinto “animaluno”, en sus tendencias y su supervivencia, se abre, amplía su horizonte temporal.
De alguna manera esas experiencias están en nuestra memoria como especie y aquí tratamos de resonar con ellas…
Y seguimos…
Porque no sólo vamos hacia esa memoria sino que también vamos hacia el futuro, a aportar una nueva huella. ¿Qué tipo de salto queremos dar, qué cambio de cualidad? Los moldes alegorizan de algún modo también ese intento. Esos saltos que se producen, muchas veces por acumulación, tienen mucho que ver con la imagen que se tenga. Y también con haber despejado cosas, aspectos que a veces se pegan, que nos confunden y nos impiden advertir lo importante.
Esa imagen tiene mucho que ver con un tipo de afecto y una fuerza no tan basada en las cosas sino en las personas, en las mejores aspiraciones y en su intención.
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